El P. General, Adolfo Nicolás SJ, ha estado en la Provincia de Aragón visitando Valencia, Gandía, Fontilles y Zaragoza (27-30 octubre, 2010) con ocasión de la clausura del V Centenario del nacimiento de San Francisco de Borja (28 octubre, 1510)

HOMILÍA EN LA EUCARISTÍA CON LOS JESUITAS DE ZARAGOZA-HUESCA (Capilla del Colegio, 30 octubre 2010: misa del B. Dominic Collins SJ)


1. Los mártires hacen un doble servicio: Desenmascaran a los malos... 

Desde el principio de la Iglesia la persecución ha sido una señal bastante clara de estar en la línea de Jesús, de ser su discípulo. El mensaje y la vida de Jesús son tan liberadores que ningún sistema puede estar a gusto con tanta libertad. Todos los sistemas cuentan con su propio poder y la capacidad de manipular al pueblo para intereses de unos pocos. El Evangelio de Jesús aparece entonces como algo molesto, el aguafiestas de la explotación y de las formas más o menos sutiles de engañar a los demás. Surge entonces el esfuerzo concertado y denodado por racionalizar el Cristianismo. Sin darnos cuenta los cristianos nos convertimos en los buenos ciudadanos, capaces de evitar extremos, limar esquinas y presentar un cristianismo a medida, domesticado, racional, aceptable.


El mártir es el que no llega a hacer la operación y cae víctima de su propia consistencia. Hay mil maneras de llegar al martirio, pero en todas ellas hay una entereza y unidad de vida y corazón que no se dejan doblegar. Y los llamados ‘malos” no pueden soportar que nadie les mine el terreno y se quede tan tranquilo. El martirio es el resultado. El mártir, que no ha hecho más que ser consistente de principio a fin, desenmascara al malo, al perseguidor, que no puede resistir su oculto deseo de anular, de eliminar la alternativa de la fe. Pero esto no es todo...

2. Y desenmascaran también a los buenos. 

El mártir desenmascara también a los “buenos”, al separarse de ellos para dar un testimonio elocuente y claro de su fe. No hay compromisos; no hay componendas; creer en Jesús es aceptarle, seguirle y acompañarle hasta la cruz. Esto lo entendemos todos y la visión de nuestros mártires cuestiona nuestras vidas, nuestras posturas y nuestros mensajes. El mártir nos pone en pie. Hay algo en el testimonio que nos da, que toca nuestras entrañas: nuestra vida está llamada al mismo testimonio y nos preguntamos si lo damos de verdad.

Pero hoy se nos han puesto las cosas más difíciles. Al menos antes, alguien se nos ponía en contra porque eran enemigos del Evangelio. Estaban en contra de los valores, las decisiones que el Evangelio suscitaba en sus seguidores. Es más difícil cuando la reacción que muchos de nosotros provocamos es un simple y llano bostezo. Nos faltan instrumentos intelectuales para analizar un bostezo. Para ver en él no la oposición de los malos, sino el aburrimiento de los buenos. Y, por supuesto, nos molesta más un bostezo que una carga de caballería o el ataque de algunos académicos. El bostezo no da categoría, ni añade plusvalía a nada ni a nadie.

El mártir jamás provoca un bostezo, porque habla con su vida, lo arriesga todo a su verdad, crea una historia que no se puede negar. Dominic Collins fue sirviente, soldado, hermano jesuita. Se preocupó por servir a los demás por los apestados, se ofreció para ayudar a un capellán, fue apresado, torturado y confesó su fe sin vaguedades ni miedos. Por eso murió. Todo menos aburrido. Sencillo, pero creíble hasta el final

3. La verdad es que el Evangelio siempre inspira o molesta.

Me es difícil pensar en un grupo que vive a la luz del Evangelios se sienta aburrido. Más aún cuando vivimos en un mundo con tantos problemas y tantos retos a nuestra humanidad. Lo que podemos hacer cada uno de nosotros es poco, pero vale la pena. El mártir pudo hacer todavía menos, pero lo hizo y su testimonio queda para los demás.

El Evangelio siempre inspira… o molesta. “Seréis perseguidos porque yo os he escogido del mundo”. Vivir con Jesús es de lo más excitante del mundo: no hay descanso, no hay cosas a medias, no hay excusa para no vivir y no dar. Y esto nos acompaña hasta las enfermerías que nos acogerán cuando perdamos la movilidad y las capacidades que ahora tenemos (y yo antes que otros muchos).

Dominic Collins nos reta a todos a dar, a vivir plenamente en el servicio a quien lo necesite: apestado, soldado, capellán... Su martirio no fue una sorpresa, fue la consecuencia de una vida que ya se había dado. Y eso es lo que pedimos para todos nosotros.